lunes, 17 de junio de 2013

Un cadáver exquisito


En 1925, el grupo surrealista encabezado por André Breton, Paul Éluard, Robert Desnos y Tristan Tzara idearon el siguiente juego literario de composición libre: cada uno de los participantes escribía por turno en una misma hoja de papel, la doblaban para cubrir una parte de lo redactado y la pasaban sucesivamente a la pluma del siguiente compañero, que solo alcanzaba a ver las palabras finales del jugador anterior, es decir, un fragmento mínimo de la composición llegada a sus manos. Se trató de una manifestación más de la escritura automática por ellos preconizada, liberada de cualquier control racional, artístico o normativo. Pero en este caso decidieron denominarlo Cadáver exquisito. La razón, el primero de los textos poéticos resultantes se iniciaba con el siguiente verso: «Le cadavre exquis boira le vin nouveau» (El cadáver exquisito beberá el vino nuevo).
Esta tarde luminosa de mayo nos hemos sentido intuitivos, lúdicos y espontáneos. ¿Hace falta decir que quisimos experimentar, como los viejos surrealistas parisinos, los resultados de una creación poética anónima y grupal?
Como no deseábamos pecar de falta de originalidad, nuestro cadáver exquisito no comienza con un cadáver exquisito, se nos habría muerto por falta de imaginación, así que esta fue la mecha que prendió la llama:

En el jardín donde los gatos se comían a las ranas


Nuestro fúnebre taller exquisito
Decía el escritor mejicano Juan Rulfo que, dado que en la creación literaria no existen más que tres temas básicos: el amor, la vida y la muerte, y que su desarrollo consiste en el metabolismo continuado de lo que han dicho otros (nuestros compañeros de un juego que empezó hace siglos y siglos), podría afirmarse sin gran reparo que toda la historia de la literatura es, en sí misma, un gran cadáver exquisito.

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